sábado, 7 de noviembre de 2009

Otra noche en el Sarmiento

Once. 22.30. Dos policías discutían si el último penal de San Lorenzo, el que le costó la clasificación, fue tan mal pateado. “Es uruguayo, debe haber ido para atrás”, aseguró el más petiso. Intenté en vano no hacer un análisis sobre si la labor del policía era cuidar la estación o debatir sobre la honradez deportiva de un futbolista.
En la boletería no había mucha gente. Dos o tres personas, en fila, esperaban su turno para conseguir un boleto. Una señora, con una criatura que podía ser o no su hijo, pedía monedas cerca de la ventanilla, augurando bendiciones divinas. “Ramos”, repetí al boletero que, ensordecido por el alto volumen de la cumbia que sonaba, me había hecho un gesto demostrando no haberme escuchado. El deseo de llegar a casa habría dejado notar en mi voz cierto fastidio, que el boletero correspondió con cara de pocos amigos, dejando mi boleto a medio camino.
Con el boleto en mi poder empecé a caminar por el andén. Aceleraba el paso constantemente. No sea cosa que el tren se fuera sin mí. Ya acomodados, los pasajeros esperaban que el tren arrancara. Una vez que estuve sentado, comenzó el desfile de los vendedores ambulantes. “Superpanchos”, gritaba uno que se fue al fondo a saludar a unos pasajeros. Después pasó el de la bebida, ofreciendo la irresistible cerveza bien fría, que varios pasajeros compraron. Pensé que no faltaba nadie hasta que pasó el vendedor de pan casero. Todos transitaban con total comodidad. El especial de Castelar salió prácticamente vacío.
Cuando llegamos a Flores me di cuenta de que era raro que no hubiera subido nadie. Una chica que había subido en Caballito todavía estaba hablando por celular. Una pareja intercambiaba opiniones acerca de sus días laborales. Un pasajero que estaba bastante lejos de mi asiento escuchaba en su celular los últimos hits de reggaeton, pero no tuvo la amabilidad de ponerse auriculares.
Estábamos llegando a Villa Luro, la antesala de Liniers, cuando me di cuenta de que el vagón no estaba mucho más lleno que antes. Villa Luro siempre pareció tener el firme propósito de demostrarme que bien podría ser llamada la “estación fantasma”. Pocas veces he visto subir o bajar más de seis personas de un mismo vagón (En ese momento fueron dos). Parecía una estación que si no estuviera, nadie lo notaría.
En otro momento del día, llegar a Liniers sería motivo suficiente para inquietar a los pasajeros, sobre todo a los que allí bajaran. El alud de gente que entraría por la puerta podría bloquear las salidas, y obligar a los pasajeros que quisieran descender a forcejear y lanzar algún insulto a aquellos bienaventurados que recientemente hubiesen subido, con el único y firme propósito de descender del ferrocarril. Pero esas cosas pasan solamente de día. En ese momento el altoparlante de la estación Liniers anunciaba que ese tren tenía como destino “Castelar solamente”. Esto no desalentó a la masa apostada en el andén. Todos (casi quince personas) subieron a un vagón semidesierto y llenaron el tren de voces. Un nene llamaba a su madre a los gritos. La chica que había subido en Caballito todavía estaba hablando por celular. Se notaba que no era negocio vender en ese horario. No había subido ni un vendedor desde habíamos salido de Once.
Habíamos llegado a Ramos. Ahí terminaba mi viaje. Realmente a esa hora se viaja mucho más cómodo. Casi ni parece el Sarmiento.

1 comentario:

InfoGEOprensa dijo...

Chiquitín: siento la dinámica, tal vez por el título mismo que habla de un viaje en tren.
Me parece que en la escritura hay pequeñeces, que me da vergüenza marcar, porque es posible que me equivoque, soy un estudiante y no un profe con autoridad para eso.
Está escrita en 1ra. persona, cosa que pidieron que "tratemos de no hacer" por lo dificultoso, que lo hayas hecho es un desafío, que para mí lo pasastes con solvencia.
No le encuentro "el gancho" de la cabeza y el final lo siento sin fuerza.
Ojo es la apreciación de un tipo que recién está aprendiendo.
Un abrazo aunque me cueste llegar hasta allá arriba ! Ja Ja Ja