lunes, 22 de noviembre de 2010

Desayuno en Las Palmas o cómo arrancar un feriado

Me senté a desayunar en un bar desierto. Hoy es el primer feriado que conmemora la batalla de Vuelta de Obligado bajo el rótulo de Día de la Soberanía Nacional. Mi alma adolescente pudo más que mi voluntad patriótica y me fui a disfrutar de la noche. Luego de algunos bailes y más cervezas, caí en este lugar que súbitamente me invitaba a la reflexión personal. Pedí mi siempre obligatorio café con leche y empecé a mirar por las ventanas que daban a la calle.
De pronto, desde la otra mesa (éramos sólo dos entre tantas mesas que nos superaban exponencialmente), un hombre preguntaba por el resultado de Boca y River. Levanté la mirada hacia la nada, porque el mozo me anticipó con la respuesta. Llevaba tanto tiempo esperando que Boca merezca ganar un partido y a este tipo que acababa de conocer ni le importaba.
Irremediablemente volví a lo mío. La lectura de un pasquín demasiado oficialista en el que Víctor Hugo Morales culpa a la privatización del fútbol de todos los males que le sobrevengan. Donde las presuntas medias verdades sobreabundan, pero no se caen en mentiras absurdas que producen rechazo a una lectura impracticable. Donde un cronista deportivo elogia el cambio de actitud que se vio en el último partido de Boca, rescatando méritos para el entrenador interino, criticando solapadamente la tarea del actual ex entrenador, el más inmediato de todos ellos, que no supo convencer de sus dotes futbolísticas, atléticas y humanas a sus dirigidos, que ayer mostraron una actitud distinta a la de los últimos cuatro meses.
El ruido que provino de la calle me distrajo. Un griterío estridente me hizo desviar la atención del periódico. Dos chicos arrastraban a una chica por la vereda del bar, con sus hombros debajo de sus axilas, a pesar de que ella hubiera rendido sus voluntades al alcohol. Más allá, dos hombres con cara de dormidos esperaban, bastante más tiesos de lo normal, y con cara de no haberse despertado hace mucho, un colectivo que no tenía horario preciso y que los llevaría a un destino no mucho más feliz, pero un poco más necesario. El mozo cambiaba de canal el televisor del bar, y yo descubría lo poco que hay para ver en televisión un lunes a las 6 de la mañana. Más allá el dueño del bar ojeaba un diario mientras observaba el local vacío, seguramente preguntándose cual era el mejor destino deparado a sus clientes, como para que no asistieran hoy. Unos metros más acá, el otro cliente, el absoluto desentendido de la vida, seguía en lo suyo, pero no consideraba que fuera importante prestarle atención.
Terminé mi café con leche al mismo tiempo que llegué al horóscopo del diario. Busqué al mozo con la mirada, que seguía con el control remoto en la mano, tratando de hacer magia con ese aparato que no iba a transmitir otra cosa que eventos propios de un feriado, a las 6 de la mañana. Se acercó a una planta, la miró como quien ve a aquel que nunca lo va a traicionar y le sonrió. Levantó la vista y vio que lo estaba observando. El sentirse descubierto lo hizo apurar el paso. No tuve que decirle nada para que me aclarara cual era el monto que debía abonar por mi desayuno. Ese mozo, que me ha visto acompañado de amigos y mujeres, me preguntó por mi repentina soledad. “Se fueron a dormir temprano”, mentí. Todavía me da vergüenza admitir que de vez en cuando prefiero estar solo. Pagué mis deudas y dejé la propina correspondiente. Pero antes de levantarme, dirigí mi mirada a la otra mesa, donde el otro cliente desayunaba. El diario que leía ni siquiera tenía título en español, un par de palabras se dibujaban en un idioma que supuse italiano. Y entendí porque este hombre no sabía nada de Boca y su fortuita (pero no menos importante) victoria sobre el equipo del mandamás de la Asociación de Fútbol Argentino, cuyo estadio lleva su nombre.
Emprendí el camino de regreso a casa y me sorprendí del montón de cosas que tenía para contar, de las cuales no quería perder registro. Tomé mi celular, cuya batería agonizaba, y empecé a escribir que hacía menos de una hora me había sentado en un bar desierto a desayunar.

1 comentario:

MIGUEL ERRE dijo...

Qué linda aguafuerte. Delicada mezcla de ´reflexión íntima, política y futbolera. Ja, si yo hubiera estado sentado en ese bar, ni siquiera habría preguntado cómo salió boca, toda vez que no sabìa que había jugado! jaja, te sigo leyendo. abrazo